“Podrán cortar las flores, pero no podrán detener la primavera”, escribió Pablo Neruda, y no le faltaba razón. La primavera nos inyecta una aparente irracional revolución que es capaz de arrasar con todo. La astenia nos tumba pero los paisajes nos elevan. Gran parte de la culpa del guapo subido de los campos en mi estación favorita del año es gracias al renacer de los frutos y los brotes; coloridos, rebosantes, pavoneándose entre abejas y desfilando bajo nuestras retinas en sus versiones más bellas. Exactamente lo mismo le pasa a nuestras neveras porque, en realidad, el interior de nuestros frigoríficos debería ser un reflejo de lo que nos da la tierra.
Acaba el invierno y llegan las primeras habas, tiernas y tersas que, junto con los guisantes, se divierten explotando crudos en la boca con su regusto dulzón. Recuerdo cómo mi prima le pedía siempre a mi madre que le comprara una bolsita de guisantes cuando íbamos al mercado para comérselos durante la compra como si fueran chucherías. A mí, en cambio, su pequeño estallido en el paladar me repelía y, por más que lo intentaba, me resultaba imposible disfrutarlos sin cerrar fuerte los ojos. Por suerte, pasados los años, esta sensación me resulta deliciosamente divertida.
También llegan los nísperos aportando -junto con los albaricoques- un toque amarillo al calendario de frutas de temporada. Los nísperos son ese tipo de fruta con prisas que deseo durante todo el año y que sólo se queda tres meses en nuestra mesa. Los albaricoques, en cambio, nos acompañarán más tiempo siendo el muerdo perfecto después de las primeras siestas en la playa.
Las cerezas y las fresas inundan fruterías, perfiles de Instagram y boles con agua y hielo en los que sumergirse para ser el postre más deseado de las sobremesas nocturnas. Son, sin duda, las chicas guapas de la estación incluso antes de ser fruto, siendo sólo flor. Inundan paisajes, maceteros y Jertes convirtiéndose en el reclamo de viajeros, pintores y paisanos.
Y también en primavera, llega la flor de las flores de la tierra: la alcachofa, la prima más bonita del cardo. Sus hojas más tiernas visten -en casa- platos enteros de carpaccio que resultan irresistibles. Las deshojo mientras recito un “me quiere – no me quiere” y las coloco sobre un lienzo en blanco que sólo pintaré con aliño de lima, parmesano y frambuesas. También las preparo gratinadas, al vapor o salteadas con espárragos verdes y ajos tiernos que, estando también de temporada, resultan más deliciosos que nunca.
Si me preguntas, ¿qué como en primavera? Te responderé, una vez más, versionando a Pablo Neruda: “Quiero hacer con mi cocina lo que la primavera hace con los cerezos.”
La Razón
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