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Nos quitamos el sombrero ante la profesionalidad de Ana Guerra

Otra de festivales. Lo de Ana Guerra. El viernes. Paseaba yo con mi perro por la pista grande del Club de Polo y vi que encendían las luces del escenario portátil. Las siete de la tarde. ¡La triunfita ensayando! Saludos “buenas noches, Barcelona”, la primera canción… Y otra y otra, “qué sitio tan bonito…”, canta, baila, suda… presenta a los músicos, dirige el micro al público para que coree sus canciones más populares… ¿Público? No, nadie corea porque no hay nadie, solo algunos caballos y una señora paseando a su perro. Va acabando, bises, saludos, agradecimientos, tira besos a la nada con las dos manos… Exactamente a las nueve menos diez huye del escenario mientras empiezan a entrar los primeros espectadores. Tiempo justo para ducharse y cenar algo, porque a las nueve y media sube de nuevo para repetir milimétricamente lo que acabo de ver hace cuarenta minutos. Me quito (metafóricamente) el sombrero, esto es profesionalidad, señores.

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