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Carlos Baute, Karina Sainz Borgo, Antonio Ledezma, Tamara Sujú… venezolanos en Madrid

Como dice la canción: «No hay mal que dure mil años ni cuerpo que lo resista…» . Y como presagia el estribillo de Carlos Baute, en Venezuela se atisba la luz porque la oposición a Maduro ha logrado su mayor conquista: que Juan Guaidó sea reconocido presidente interino del país. «Él es la combinación de talento y coraje, una bendición del destino», asegura el ex alcalde de Caracas Antonio Ledezma. Junto a él, hemos reunido a estos 9 luchadores, que no refugiados, artífices del futuro del país.

Si me preguntan dónde queda Venezuela, tendría que decir que en México, en Miami y en otras zonas más internas de Estados Unidos. Queda en Colombia, en Ecuador, en España. En Panamá, en Chile, hasta en los Emiratos Árabes… Venezuela es hoy un país desperdigado por el mundo». De estos versos del escritor Golcar Rojas, que dan voz a la diáspora venezolana, me habla Antonio Ledezma, ex alcalde de Caracas. «Esta republiqueta de sicarios y malhechores, -continúa el poeta esto que ya no es un país sino una parodia de república bananera. Esto no es Venezuela. Este pozo de plomo y sangre, este luto en gerundio, este llanto que no cesa, no es el país del que nos canta el Gloria al Bravo Pueblo«.

Porque esta agostada mañana de finales de febrero hemos convocado a una pequeña representación de esa diáspora, tan numerosa en nuestro país (unos 350.000) que, en Madrid, ya se ha acuñado el término Little Venezuela para referirse a los más de 80.000 venezolanos instalados en la capital. Una diáspora tan variopinta como la exuberante riqueza de uno de los países mejor dotados de recursos naturales del mundo. Algunos de los que hoy acuden a la llamada de TELVA para alzar una vez más su voz, son amigos, otros no se conocen, pero todos se reconocen. Porque se han visto obligados a huir de su país por haber sufrido cárcel, por amenazas explícitas, por miedo, porque ya no es posible publicar un libro, ni hacer negocios, ni organizar un concierto, ni comer dos veces al día, ni enfermar por la escasez de medicamentos, porque hace ya tiempo que los hijos se marcharon. Algunos han hecho el viaje de vuelta de sus antepasados españoles, y por eso han elegido España mientras dure este paréntesis en sus vidas: ¿semanas?, ¿meses?, ¿años? No quieren hacerse ilusiones, aunque los recientes acontecimientos políticos les han devuelto cierta esperanza.

«Ahora veo la luz. Guaidó es una bendición del destino que nos cayó y ha encajado perfectamente», asegura Antonio Ledezma, ex alcalde de Caracas. Hace un año y cuatro meses que el veterano político sobrevivió a una épica fuga para escapar de su arresto domiciliario en Caracas, y ya ha acaparado la atención de toda la comunidad internacional. «El presidente Juan Guaidó es ya, sin ninguna duda, nuestro presidente, -continúa Ledezma-, porque tiene formación política y académica, sentido de responsabilidad y una buena combinación de talento y coraje. Además, no es estridente, ni el típico caudillo con mensajes mesiánicos. Sabe dar pasos audaces sin perder la serenidad, y eso es vital en esta coyuntura», concluye. Guaidó ha sido reconocido por numerosos países como presidente legítimo e interino de Venezuela, hasta la convocatoria de nuevas elecciones. Porque la comunidad internacional considera que las elecciones de mayo de 2018 fueron fraudulentas, entre otras cuestiones porque Maduro no permitió participar en ellas a tres partidos de la oposición.

¿Cómo ha conseguido Guaidó ese apoyo precisamente en este momento?

Antonio Ledezma: Este ha sido un proceso en varias etapas, en el que ha intervenido mucha gente, no sólo yo. Y atribuirme esa autoría resultaría petulante y hasta odioso por mi parte. Durante los dos últimos años ha ido creciendo el apoyo a la oposición por la gira que hemos hecho por varios países. En Francia, por ejemplo, hemos hablado con Macron, en España con Rajoy, en Chile con Sebastián Piñera, con Mauricio Macri en Argentina, con Iván Duque en Colombia, donde también nos han apoyado los ex presidentes Pastrana y Uribe. Ha habido una buena relación con Jair Bolsonaro en Brasil y los contactos con Washington han sido muy reiterados. Se consiguieron más sanciones al régimen, ha habido informes del Alto Comisionado de Derechos Humanos para iniciar un proceso en la Corte Penal Internacional… Y también está el trabajo que, desde dentro del país, ha hecho María Corina Machado movilizando a la gente, en un terreno que yo también había dejado abonado. Luego viene la etapa de la coyuntura, en diciembre de 2018 y durante los dieciséis primeros días de enero del 2019, que fueron claves.

¿Qué sucedió para que la oposición pudiera aupar a un nuevo presidente?

A.L: A finales de diciembre teníamos posiciones encontradas, porque la oposición es muy variopinta. Había dirigentes que no estaban de acuerdo en que Guaidó se acogiera al artículo 233 de nuestra Constitución por el que podía asumir también la presidencia interina cuando jurase como presidente de la Asamblea Nacional. Pensaban que corría el riesgo de que lo metieran preso y se podía perder la instancia legítima que es la Asamblea Nacional. También decían que no había respaldo internacional suficiente.

¿Cuál era su posición?

A.L: Desde diciembre de 2018 María Corina Machado y yo anunciamos públicamente que en enero Guaidó no iba a jurar sólo como presidente de la Asamblea, sino que automáticamente se iba a convertir en el presidente legítimo de Venezuela. Empujamos esta decisión con Leopoldo López (presidente de Voluntad Popular, el partido de Guaidó, en arresto domiciliario) y con Julio Borges (fundador del partido Primero Justicia). Veníamos teniendo conversaciones, establecimos algunos acuerdos, hicimos diligencias, viajes… Hubo un momento en el que hablé con Guaidó por teléfono y le animé a que lo hiciera.

Después, todo se desencadenó a una velocidad de vértigo.

A.L: Guaidó dio la primera señal el 11 de enero cuando afirmó que estaría dispuesto a asumir el artículo 233 si el pueblo asumía el 333 y el 350 (artículos por los cuáles se obliga a los ciudadanos a restaurar la Constitución cuando ésta ha sido usurpada, como piensa la oposición que sucedió con los comicios de mayo). Ese mismo día Luis Almagro, secretario general de la OEA, dijo en un tuit que con lo que había dicho Guaidó era suficiente para tenerlo como presidente. Finalmente, fueron claves los viajes que hicimos a Brasilia el 18 de enero, a Colombia el 19 y a Washington el 23.

¿Y por qué precisamente Guaidó?

A.L: En enero de 2016 hubo un acuerdo político por el que se haría una alternancia de los partidos de la oposición en el ejercicio de la presidencia de la Asamblea. Primero la ejerció Acción Democrática, luego Primero Justicia, después Nuevo Tiempo y finalmente Voluntad Popular. Podía haber sido Freddy Guevara, su coordinador nacional, pero estaba asilado en la embajada de Chile en Venezuela. Así es que le tocó a Guaidó. Es como un jugador que estaba en la banca, lo sacan a chutar un penalti y lo mete. Le colocaron la bola en el punto de penalti y lo metió. Estaba en el sitio.

El cantante Carlos Baute cuenta hoy a TELVA que acaba de conocer al nuevo presidente. El 22 de febrero estuvo a escasos metros de su país gracias al concierto Venezuela Live Aid organizado en la frontera con Colombia por el multimillonario Richard Branson para recaudar fondos. Porque, como comenta Ledezma, «Venezuela se ha convertido en un gran campo de concentración donde la gente se muere de hambre». Cuenta Baute que ese concierto «fue la actuación más emocionante que he vivido en los últimos años. ¿Sabes lo que es subirte a un escenario y tener la frontera de tu país a tan sólo doscientos metros de distancia? ¿Y ver todas esas miradas, más esperanzadas que nunca, mientras cantaba Yo me quedo en Venezuela, una canción mía del año 1995 que muchas veces la ponen después de nuestro himno nacional?». Y tararea su popular estribillo: No hay mal que dure mil años, ni cuerpo que lo resista. Allí pudo saludar personalmente a Juan Guaidó. «Cuando él llegó al recinto», recuerda, «estaba cantando Alejandro Sanz, que estuvo a punto de parar porque nadie le escuchaba. ¡Olvídate del carisma del Papa! Guaidó no habló porque no quería politizar el concierto, pero todo el mundo lloraba y gritaba: ¡Presidente, presidente! ¡Háblanos, danos esperanza, queremos escucharte!».

Mientras charlamos con Baute, la activista de derechos humanos Tamara Sujú le muestra al ex alcalde Ledezma la última información que acaba de recibir: un diputado indígena ha denunciado en la Asamblea Nacional el asesinato de veinticinco personas del pueblo pemón que vive en el sureste del estado Bolívar. Un hecho más de las miles de barbaries sobre las que esta abogada penalista se ha propuesto hacer justicia. «Pase lo que pase en Venezuela las víctimas necesitan justicia para poder superar sus heridas y yo viviré para lograrla», afirma con rotundidad. Sujú ha formalizado una denuncia contra Nicolás Maduro ante la Corte Penal Internacional. «Mi denuncia es muy específica», me cuenta. «Es sobre las torturas sistemáticas, en el marco de la represión, que ha implementado el gobierno con todos los organismos de seguridad, para controlar a la población. Tengo recogidos 620 casos personales porque la gente de la diáspora ya no tiene miedo y me dicen: no quiero que se olvide lo que me hicieron, estoy dispuesto a denunciar». Estos casos «pueden triplicarse», asegura Sujú, «porque los torturados me han contado que ellos estaban arrodillados en largas filas en las que había cientos de personas más de las que apenas se sabe nada. Este es un crimen de lesa humanidad porque la huella que deja la tortura no se borra jamás, a pesar de los tratamientos psicológicos o psiquiátricos que reciban. Lo veo cuando hablo con ellos, la tortura queda para siempre. Hace unos meses me escribió una mujer que su hija de cinco años había muerto de cáncer, y que había pasado sus últimos quince días de vida sufriendo por falta de formol para calmarle los dolores. Y me decía: doctora, a mi hija la torturaron con aquel dolor, ¿no es ese también un crimen de lesa humanidad?».

Tamara Sujú huyó de Venezuela a finales de julio de 2014. «Salí del país en 15 días, con una única maleta. Dejé toda mi vida atrás», relata. «Desde hacía años el gobierno me acusaba de conspiración, traición a la patria, desestabilización… Pero en 2014 tuvieron lugar las manifestaciones que fueron terriblemente reprimidas y en las que hubo muertos, detenciones arbitrarias, torturas, y fueron encarceladas personas como Leopoldo López y cientos de estudiantes. Formé parte del equipo de abogados que les defendíamos ante los tribunales. Durante meses no hubo programa de televisión en el que no nos señalaran y acusaran. Mi cara salía día sí día también, hasta que me llevaron a declarar al Sebin, la policía política. Cuando salí, cinco horas después, decidí que era el momento de marcharme. Charlando en cierta ocasión con el presidente checo Václav Havel me dijo que tenía que estar pendiente de cuándo pisaba la raya amarilla entre la cárcel, la vida y la libertad. Que era importante que los defensores de derechos humanos dedicados a la denuncia internacional evitáramos la cárcel porque allí no éramos útiles». La República Checa le concedió asilo político. Sus tres hijos, que son españoles, ya estaban en Europa. «Su experiencia fue dura, vivieron angustiados, el país les agredió. Una vez, cuando mi hija tenía 9 años me preguntó: ¿no puedes ser una mamá normal como las demás? Mi familia sigue en el país, mi padre, mi hermana. Allí dejé mi hogar, todo aquello que ha formado parte de mi vida. Porque ni siquiera tuve tiempo de sacar mis fotos, ni las de mis hijos cuando eran pequeños. Mi familia se dividió mis cosas entre ellos, y no sé dónde están en este momento. Es lo que más extraño». Hace unos meses, el gobierno concedió a Sujú la nacionalidad española.

¿Qué sostiene el chavismo a pesar de la intensa presión de los últimos meses?

T.S.: El narcotráfico, el G2 cubano y las bayonetas. Aunque están acorralados, sancionados y marcados, es un alto mando militar totalmente comprometido con el narcotráfico y los crímenes de lesa humanidad, dispuestos a llegar hasta el final porque saben que a lo mejor no tienen otra salida. Hay que destacar también la importante presencia de paramilitares armados que mantienen al régimen, grupos formados por ex presidiarios, miembros de las FARC y del ELN, y personas de muy bajo nivel educativo a quienes no les importa asesinar con tal de tener dinero, drogas y alcohol.

El régimen de Maduro también ha asfixiado el mundo de la cultura. Me lo explica la periodista y escritora Karina Sainz Borgo, que acaba de publicar La hija de la española, novela revelación en la Feria del Libro de Fráncfort, editada ya en veintidós países. «Dentro de los desmanes perpetrados por el régimen, éste también ha dejado morir de hambre y sed a la cultura venezolana. Han ido contra las instituciones, contra los museos, hay mucho patrimonio extraviado, los grandes gestores culturales fueron apartados. La última vez que estuve allí, hace cuatro años, fui a la Biblioteca Nacional porque quería reconstruir la historia de un escritor venezolano. No encontré ni la mitad de la documentación, y no había ni siquiera noción de que se hubiera perdido algo. Desmantelaron las editoriales. Quisiera saber qué han hecho con el valioso fondo editorial de Monte Ávila que, durante años, publicó las colecciones más importantes de poesía, ensayo… En 2002 se decretó una revolución cultural que alteró por completo la estructura cultural del país, y se creó un ministerio de cultura que se dedica a la propaganda, y mala. En el último Salón del Libro de Casablanca nuestro stand sólo tenía planes de gobierno, ni rastro de poesía. Nos empujan a la desmemoria y a la barbarie. Si me pides que te describa la situación con una metáfora, te diría que nuestro país se está desdibujando».

Parte de la diáspora intelectual venezolana está tratando de rehacer su tejido cultural en España. Es el caso, por ejemplo, de la editorial Kálathos. Cuentan sus fundadores que «en 2008, cuando aún creíamos que en Venezuela habría una salida pacífica para regresar a la democracia, fundamos nuestra editorial… Pero la situación en nuestro hermoso país fue deteriorándose y nos vimos obligados a trasladar nuestras vidas hacia otras latitudes. Los abuelos europeos nos permitieron afincarnos en España, cuna del idioma que unifica a más de 500 millones de personas en el habla y la escritura. Decidimos lanzarnos a la disparatada y quijotesca aventura de publicar libros de nuestra tierra en España». Karina me cuenta que «cada vez que viene un escritor venezolano a presentar un libro a España, tenemos todos como una necesidad de estar allí, de arroparlo. La Casa de América ha sido siempre el lugar natural de reunión para nosotros, aunque últimamente también lo es Cesta República», una tienda de artesanía fundada por el arquitecto Guillermo Barrios que, con los eventos que organiza, está consiguiendo que ésta haga las veces de Ateneo cultural.

«A los venezolanos nos ha correspondido vivir una realidad sin precedentes en nuestra historia: una copiosa migración en busca de las oportunidades que se cierran en Venezuela», cuenta Rolando Seijas, uno de los grandes empresarios que se instaló en nuestro país en 2016. «Yo no salí por razones políticas,sino por motivos económicos», me explica. «Mi última actividad fuerte fue la promoción de centros comerciales. Pero nuestro parque industrial ha retrocedido hasta el año 1950, no hay actividad de compraventa, y la súper inflación y contracción de la economía no permite desarrollar ningún proyecto». Tres años después de su llegada, «reconozco que España ya supone un hito extraordinario en mi vida porque me ha convertido en un empresario binacional, ya que he abierto negocios aquí y no he cerrado los que tengo en Venezuela porque espero volver», asegura Seijas. «Madrid está destinada a convertirse para el exilio venezolano en lo que fue Miami para el exilio cubano». Hace un año, junto con otros socios, creó el Consejo Iberoamericano de Inversiones y Talento (CIITA), una plataforma para apoyar el emprendimiento venezolano en España.

Eliza Arcaya se decantó por la restauración cuando llegó a España en 2003. Su Café Murillo, a la espalda del Museo del Prado, es uno de los puntos de reunión donde la sociedad caraqueña degusta tequeños y arepas. «Salí de Caracas con mi marido y mis hijos, que tenían 4 y 5 años. Fue una decisión radical que tomamos después de un paro nacional al que fuimos todos los empresarios del país, durante mes y medio, para intentar la dimisión de Hugo Chávez. No lo conseguimos y nos marchamos. Vendimos todas nuestras propiedades, no dejamos nada y, poco a poco, fuimos consiguiendo que saliera nuestra familia. Sólo he mantenido uno de mis negocios allí, una tienda y un catering. Es mi ONG en el país, con una socia local mantenemos a cuarenta familias».

Susana Marrero trabajaba en el área de planificación estratégica de una gran empresa eléctrica de Caracas hasta que Hugo Chávez la expropió. Después, su espíritu emprendedor le llevó a montar una empresa textil de bordados industriales, «que llegó a tener hasta cuatro turnos de trabajo. Pero con la crisis económica, el negocio se vino abajo y cerramos». Mientras tanto, también se complicó la situación familiar. «A mi hijo mayor, ingeniero, le llamaron un día para trabajar en la empresa estatal Petróleos de Venezuela S.A. (PDVSA). Mami, me dijo al regreso de la entrevista, tengo dos opciones: o ponerme la camisa roja o irme. Se marchó a Alemania. Después, su hijo pequeño, periodista, comenzó a significarse en las manifestaciones estudiantiles. Recibió llamadas telefónicas y también huyó. Yo comencé a sentir pánico. Cada vez que salía a caminar por los alrededores de mi casa y oía unos pasos, se me desbocaba el corazón. Así es que mi marido y yo nos vinimos casi con lo puesto a Madrid. Hicimos un estudio de mercado para ver a qué podíamos dedicarnos aquí: decidimos abrir el restaurante Altamira«.

A Mitzy Capriles, miembro de una ilustre saga periodística venezolana, la huida de su marido Antonio Ledezma le sorprendió en Madrid. «Me había venido con una maleta chiquita para la graduación de nuestra hija Antonieta, que se diplomaba en Derechos Humanos. No he regresado. Mis otras cuatro hijas también abandonaron el país. Ahora algo ha comenzado a cambiar, se ve una luz que hace tiempo que no veíamos. Aunque lloro cuando me cuentan que alguien se ha muerto por no tener una pastilla que acá cuesta tres euros».

Mitzy hija se vino a Madrid pocos meses antes de que su padre huyera del país. «Yo tenía allí una marca de ropa -cuenta Mitzy- pero cada vez era más difícil vender porque tenía que subir los precios cada semana. Un día que fui a comprar telas al centro de Caracas, presencié el asalto a la tienda. Me entró el pánico y mis padres me aconsejaron que dejara el país. No podía vivir con aquel terror, me asustaba cada vez que escuchaba el sonido cercano de una moto. Ahora colaboro con Mensajeros de la Paz del padre Ángel, y mi trabajo es ayudar a nuestros compatriotas que se han venido sin nada».

Cuando les pregunto si regresarán una vez que desaparezca el dictador, el sí de todos ellos es unánime, aunque algunos no tienen claro que sus hijos lo hagan. Pero todos están ya implicados en la futura reconstrucción del país. Sujú cuenta que «formo parte en España de un pequeño grupo que trabaja por Venezuela, compuesto por un ex embajador, abogados, periodistas. Generamos ideas, información, estamos trazando un plan de futuro. Hay otras personas que están elaborando un plan económico, de seguridad, de educación…». Karina Sainz Borgo confirma la existencia de numerosos think tanks, porque «la reconstrucción será larga y profunda. La diáspora tiene la función de construir puentes. Todo lo que hagamos tiene que pasar por la educación, por ser abiertos. Porque hay dos generaciones de venezolanos que han crecido sin ley, no saben que la Asamblea controla al Ejecutivo, consideran normal que un presidente del país hable como si fuese el jefe de unas montoneras del siglo XIX (formaciones militares irregulares integradas por individuos que brindaban su apoyo armado a una determinada causa o caudillo). Con el chavismo hemos retrocedido como país más que el tiempo que tenemos como nación. Estamos más allá del siglo XIX».

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