Venga, va… calentamos motores. El jueves pasado, en una gala de esas para enmarcar, Pelayo Díaz dejó la isla. Y lo hizo con drama, emoción y taquicardias. Todo en uno. Salió expulsado, sí, pero lo que vino después fue oro puro.
“Pelayo no puede contener las lágrimas ante las palabras de Carlos Sobera”. Pues toma ya, eso no lo anuncia ni Mariah Carey en su comeback mundial. Estaba en el plató, directito desde la jungla, con la piel curtida por sol, sal y supervivencia. Y le plantea Carlos Sobera, en plan coach de vida: “Es importante que te quedes con esto”. Ole tus huevos, Carlos…
Llanto épico y lágrima de diseño
Pelayo, que de primeras tenía pinta de estilo sobrevive cualquier cosa y se mide como divo, se desmorona. No por pena, no. Por lo que le sueltan. Porque las palabras le penetran más profundo que los rebajas en El Corte Inglés. Y claro, las lágrimas brotan. No puede evitarlo.
“La actitud que has mostrado… tu crecimiento personal…” Le suelta Sobera. ¡Y zas! No hay Pelayo que aguante. Lágrima aquí, suspiro allá, respiración agitada. Todo un recital de emociones. Y el formato le saca dramatismo: primer plano, miradita al techo, y Pelayo diciendo “Carlos…” sin palabras. Aquí sobran.

Amigos por todas partes… y enemigos
Durante esos 97 días, Pelayo se forjó reputación. Amistades profundas (hola, Nieves, hola Damián, hola Makoke)… y algún que otro encontronazo con Carmen Alcayde, Anita, Montoya. Porque si no te llevas bien, chocas. Pero ojo, que muchos creían que él se iba a llevar la maleta del triunfo. Redes sociales lo pusieron como favorito. Craso error.
En redes lo bautizaron casi como ganador, estilo influencer-salvado-junior. Pero nada más lejos de la realidad: la isla no perdona, los errores no se olvidan y la audiencia no perdona.
Tan natural que impacta
Un detalle que mola y convence: Pelayo se mostró sin lujos. Nada de postureo ni prepotencia. La televisión le ve como ese que cambia la imagen del bloguero influencer mimado por el chaval auténtico. Eso gustó. Pero no bastó. Jugó, perdió y lloró.
El momento plañidero
Nos plantamos ya en el plató post-isla. Luces bajas. Sobera suelta: “Tienes mucho que recordar”. Pelayo, con la voz partida, asiente. Y se deshace. Llora como niño con chupete perdido. No por debilidad, no… sino porque 97 días te cambian. Ahí se ve el efecto: piel, hambre, polvo y coco. La isla deja huella. Y la cámara la graba.
¿Qué se queda? ¿Qué valora el exconcursante?
Pues muchas cosas. Sobera no le suelta el rollo moral barato: le recuerda que aprendió lecciones de vida reales, que ya no es el mismo. Y claro, Pelayo se agarra a eso como Isabel Pantoja a un folio del divorcio. “Ha sido un privilegio”, dice. Y no está de postureo, ojo.
¿Y ahora qué?
Pues ahora, vuelta a España. Vuelta a la ciudad, al Instagram, a las stories. De viejos enemigos, viejos amigos, de la ‘influencer life’ al “telita de polvo y calor”. Su actitud positiva le salva del misticismo barato. Y lo deja guay, reflexivo, dirigiendo su mirada al “crecí, aprendí, volvemos a por más”.
Broche final
Así se cierra esta temporada de éxitos. Sobras, lágrimas, enseñanzas, y un Sí-Sí rotundo a la grandeza humilde. Pelayo se marcha, pero su discurso se queda. Simple. Claro. Verdadero. Y de eso se trata.
🧠 Reflexión sarcástica final
¿Te imaginas una isla donde no se llore? Eso sería como ver a Jenni Hermoso despedirse sin bronca: imposible. La tele vive de emociones, y aquí han puesto la traca final. Lloros, abrazos, discursos de SOBERANO… y la audiencia enganchada.

La loca más divertida de la redacción de GATITAROSA. Rosa… muy rosa… y alocada nuestra nueva incorporación. Redactora de “Supervivientes 2023” y otros cotilleos televisivos.
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