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Doña Sofía desolada

Con la muerte de Constantino de Grecia, la emérita pierde al hombre de su vida, su amigo y confidente, que fue su paño de Lágrimas y refugio en los malos momentos, lo que acrecienta aún más su sentimiento de soledad.

Doña Sofía (84) está atravesando uno de los momentos más difíciles de su vida y no han sido pocos con la pérdida de su hermano pequeño, Constantino, al que cariñosamente llamaba ‘Tino’, al que siempre estuvo muy unida y por el que sentía una gran predilección. Tanto es así que para muchos fue el verdadero hombre de su vida, ya que nunca la falló y estuvo a su lado en lo bueno y en lo malo hasta su muerte.

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Era su hermano, su amigo, su cómplice, su confidente y su paño de lágrimas en sus peores momentos. En sus brazos encontraba ese calor de hogar y la sensación de refugio que nunca ha hallado en Zarzuela. La desolación es la palabra que define el estado anímico de la emérita tras despedir a Constantino de Grecia, que falleció el pasado 10 de enero a los 83 años a consecuencia de las complicaciones derivadas del derrame cerebral que sufrió días antes.

Fue en 2016 cuando el griego sufrió su primer ictus y desde entonces su salud se fue deteriorando con el paso de los años. Un proceso en el que sus dos hermanas, tanto Sofía como Irene (80), no le soltaron de la mano, ya que ambas han estado viajando frecuentemente a su país natal para estar más tiempo a su lado. Porque, a pesar de los problemas, el exilio y la distancia, dona Sofía ha conseguido mantener a su familia de sangre unida, algo que no ha podido hacer con la que formó con Juan Carlos (85).

SIN FUNERAL DE ESTADO

El emérito también tuvo una relación muy buena con su cuñado, ya que desde jóvenes compartieron su afición por los deportes y la pasión de ambos era navegar. Un cariño mutuo que paso a sus hijos, que durante su infancia y juventud se trataron más que como primos, siendo uno de los hijos de Constantino, Pablo (55), uno de los mejores amigos de Felipe VI (54).

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De ahí que, al cierre de esta edición, esté previsto que tanto el emérito como los reyes asistan al funeral en Atenas para despedir al que fue el último rey de los helenos. Una despedida de carácter privado que se ha realizado como si fuera un ciudadano griego más tras la negativa del Gobierno heleno a celebrar un funeral de Estado, como habían solicitado los hijos del finado.

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Una decisión que no ha podido evitar que miembros destacados de todas las Casas Reales europeas despidan al que fue uno de ellos, aunque solo reinó ‘de facto’ en Grecia tres años. Pero sus lazos de parentesco con muchas de las Casas Reales lograron que gozara no solo de su cariño, sino también de su afecto y consideración, y que fuera tratado como uno más.

De lo que no hay duda es de que, además de la familia que formó con Ana María de Dinamarca (76), de sus cinco hijos y nueve nietos, quien más le va a llorar será Sofía. No en vano, a su lado, vivió los años más felices de su infancia en el palacio, residencia de verano de la Familia Real griega, y en cuyo cementerio reposan los restos mortales de Constantino, junto a los de sus padres, el rey Pablo I, y su madre, la reina Federica de Hannover.

RECUERDOS DE NIÑEZ

Fue en esta residencia palaciega donde Sofía y su hermano, siendo unos niños de 8 y 7 años, encontraron un hogar después de que los nazis invadieran Grecia durante la Segunda Guerra Mundial, lo que obligó a toda su familia a exiliarse en Egipto y Sudáfrica. Las risas, juegos y descubrimientos de esa época son los recuerdos más bonitos de la emérita, de ahí que su tierra siempre haya sido un bálsamo para ella y sea considerada como una más en la casa de su hermano y de su numerosa familia.

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También lo fueron ellos para los Borbones durante décadas y a finales de los ochenta y primeros de los noventa era habitual que pasaran unos días de vacaciones juntos en Mallorca, dejándose ver de lo más relajados navegando en el yate Fortuna. Momentos en los que la madre del rey se mostraba más feliz y radiante que nunca viendo unidos a los suyos. Una unión que ha permanecido en el seno de la extensa Familia Real griega, que puede presumir de la excelente relación que mantienen todos sus miembros, la que han demostrado siempre en momentos vitales importantes, como bodas y bautizos.

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En todos ellos ha estado presente Sofía. Precisamente, los hijos de Constantino han sido quienes han compartido imágenes de su padre en los últimos años, ya que desde que su salud comenzó a deteriorarse eran muy escasas sus apariciones públicas, siempre relacionadas con motivos familiares. Sus herederos han mantenido viva y presente la imagen del monarca, que vivió los últimos diez años de su vida en su tierra, tal y como era su deseo.

UNA VIDA EN EL EXILIO

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No en vano, no fue hasta 2013 cuando Constantino pudo instalarse definitivamente en Grecia tras 46 años de exilio. Nacido en 1940 en Atenas, su familia tuvo que abandonar su hogar y conoció los sinsabores del conflicto bélico pasando muchas penurias. Seis años más tarde, la familia volvió a instalarse en su patria y en 1964, poco antes de su boda con la entonces princesa Ana María de Dinamarca, accedió al trono tras la muerte de su padre, el rey Pablo.

Tenía solo 23 años y a su inexperiencia se sumó su falta de carácter, algo muy necesario en el clima de enorme tensión política y polarización que se vivía en su país, donde para entonces había calado un gran sentimiento antimonárquico. Tres años más tarde, en 1967, se produjo el golpe de los Coroneles por parte de un grupo de militares que precipitó su salida del país para partir hacia el exilio, primero en Roma y después en Londres, donde crio a sus cinco hijos, mientras en Grecia un referéndum nacional, celebrado 1973, abolió la monarquía, escogiendo la república como forma de gobierno.

Constantino nunca renunció a sus derechos dinásticos al trono heleno, pese a reconocer la república como forma de gobierno legítimo, y logró recuperar parte de los bienes que confiscaron a su familia. Ahora descansa en paz en la tierra de sus ancestros, mientras la realeza europea le llora y doña Sofía se duele por su ausencia, que la deja aún más sola.


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